Santo Sudaca (Y algunas reflexiones en torno al humor)
Christian Rodríguez Büchner
Podría partir enmarcando esta obra como un aporte al nulo sentido del humor que posee la literatura latinoamericana; falta que es en apariencia contradictoria, en una comunidad que históricamente se ha caracterizado (al menos en el imaginario universal) por habitantes extrovertidos y de rostros con sonrisas perennes, temporalmente alterados sólo por uno que otro golpe de estado, tras cuya polvareda resurgen siempre la cueca, el tango y la cumbia. Pero prefiero soslayar las categorizaciones, y no por innecesarias; ya habrá alguien más competente que yo para extenderse sobre ese punto, y realizar el necesario ejercicio de ubicación que se debe hacer con toda obra respecto a su posición particular dentro de la literatura nacional y universal. Hoy, mi atención va por otro lado. Me referiré brevemente a dos temas en especial; el humor como una de las principales herramientas de alivio existencial, y el acto de romper mundos seguros o al menos conocidos.Las acciones rabelesianas marcan la pauta de Santo Sudaca; un libro que a pesar de haber sido escrito en diez años dista de los textos académicamente correctos que no cometen errores ni aciertos. Un libro que posee un sentido del humor notable, sin límites; Maldonado bota el cerco, pisa el pasto, patea los enanos de yeso, y se come las rosas del jardín.
Pero es también en este tipo de obras donde basta raspar sólo un poco sobre la superficie para darse cuenta que debajo del humor subyacen las marcas de un acto de exorcismo hacia ideas y emociones que se encuentran justamente en el extremo opuesto de la risa.
John Kennedy Toole, un escritor norteamericano que teniendo treinta años aún vivía junto a su madre, y que trabajó esporádicamente en una fábrica de ropa para hombre y también vendiendo comida rápida en un carrito, se encerró en su pieza para escribir La Conjura de los Necios; una novela de humor donde un escritor ya entrado en sus treinta y tantos, quien aún vive con su madre, intenta, desde el claustro de su pieza, crear un libro que fuese una obra maestra. El protagonista (Ignatius Reilly) se ve interrumpido, justamente, por la obligación de tener que salir a ganar dinero trabajando en una fábrica de pantalones, y luego vendiendo hot dogs en un carrito; bocados que en su mayoría termina comiéndose él mismo. John Kennedy Toole, el autor de este texto, se suicidó a los treinta y un años de edad. Por otro lado; Don Quijote de la Mancha (el personaje de Cervantes; paradigma incontestable del humor literario), después de cabalgar cientos de kilómetros sobre un caballo mal nutrido creyendo ser parte de la extinta estirpe de la caballería andante, y de asestar su lanza contra molinos, curas y ovejas; recobra el juicio sobre el final de la obra para darse cuenta de que en realidad es Alonso Quijano, y entonces, muere.
¿En torno a qué clase de oscuridad orbitan los pensamientos de estos personajes y autores cuya existencia estuvo ligada al humor? La respuesta no es simple, y ni siquiera es una sola. Lo más seguro es que todos nosotros también llevamos un agujero negro, único e irrepetible, en nuestro interior; a cuya fuerza de gravedad nos resistimos en una lucha interminable contra el silencio. Para Oscar Wilde, esa oscuridad era el deseo socialmente castigado de amar libremente a otro hombre, para Enrique Lihn era la certeza de la muerte, y para mi tía Ángela (a quien no veo hace como un año) es la imposibilidad de volver con su ex marido.Carloncho Benavides, uno de los personajes de Santo Sudaca, se va de su pueblo natal (Duao), y llega a Curicó para zafarse del tedio que lo agobia, y también para intentar conseguir a una mujer que le ayude a olvidar la incontrolable atracción que siente hacia los niños de once años. La historia transcurre dentro del baño de su pensión en Curicó; en una catarsis donde toma su miembro viril y lo sacude con vehemencia, tratando de expulsar la lívido que lo atormenta, mientras, con su mano izquierda, sostiene una copia del Purgatorio de Zurita; libro que encuentra por casualidad en el revistero que está a un lado de la taza del baño. El ir a Curicó le había significado encontrar todavía más niños, incluyendo al hijo de su casera, quien toca insistentemente la puerta del baño y lo acecha desde allí por varios minutos, mientras él se afana por descargar a la loza las fuerzas malignas que lo atormentan.
El Sultán es otro personaje de Santo Sudaca; el Sultán viaja desde Curicó a Santiago para intentar lanzarse a la fama mediante el asombroso acto de varieté con el que prueba suerte en un conocido programa de televisión; bajarse los pantalones y los calzoncillos, para acercar su lengua hasta su entrepierna y hacer que el principio y el final de su aparato digestivo logren tocarse. Presentación con la que espera hacerse de un nombre en la gran ciudad.Carloncho, el Sultán, Gilberto Sanger, y otros personajes (no todos, pero al menos los que marcan el trayecto lector que he querido presentar aquí) se enfrentan al impacto (o a la brisa) de un mundo mucho más amplio, del cual ellos creen haber pertenecido sólo a un subconjunto territorial o simbólico muy limitado. Estos mundos inminentes son interpretados como lugares cuyos espacios vacios (o desconocidos) podrían contener la pieza faltante para dejar definitivamente las angustias y fracasos en el lugar de origen, o para confirmar que, sin importar las fronteras que se atraviesen, jamás se podrá escapar de los propios defectos, incapacidades y obsesiones. Pero es ahí donde entra, para nosotros (los lectores) el humor; como herramienta para poder asimilar y entender estos momentos de intersección con lo desconocido; como un ingrediente en el que ciertas verdades se mezclan hasta alcanzar sus proporciones más tolerables, y hasta disfrutables; sin perder nada de su contenido crudo y original.
martes, 9 de diciembre de 2008
Santo Sudaca (Y algunas reflexiones en torno al humor) : Texto aparecido en Letras.s5.com
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